Me despierto somnoliento en un ataúd con sabanas humedecidas de sudor y lágrimas vencidas. A pesar que mis parpados se entreabren a la luz del día, la mugre en mis pestañas me impide recobrar la luz de la vida. Lucho por seguir en mis quimeras oníricas, pero la cama empieza a fastidiar y la almohada empieza a gritar; que de nuevo es medio día y el reloj no se hace esperar. De un solo quejido salto de mis sueños perdidos, con la sensación que mis ojos deambulan en una eterna pesadilla. Abro la ventana para aspirar el aire de la realidad, pero una nube gris se filtra en la habitación trayendo el vestigio de un atormentado ciclón.
Me rindo ante la realidad que me es tan irreal. Me postro en mi lecho a llorar pero las lágrimas se rehúsan a emanar tristezas que ya no pertenecen a mis ojeras. ¡Esto debe terminar! Las pesadillas suelen tener un final, ¿acaso jamás voy a despertar? Doy vueltas por mi habitación, regresando al mismo punto del colchón. Huele a semen y a orina de un necrófilo cadáver, que aún se masturba con los restos de un difunto recuerdo. Con las pocas fuerzas de un miserable, me arrastro hasta al baño para humedecer mis labios y escupir este sabor amargo. Aún con los pensamientos sumergidos en un ensueño, leo las noticias de una vida que me es ajena. Siento envidia del correr indiferente de las horas, que no se estanca en una milésima mentirosa. Me acurruco en búsqueda de colillas que se extinguen a mi alrededor y al agacharme diviso una extinta ilusión. Logro avivar el fuego de un cigarro y el humo me envuelve hasta evaporarse en cada partícula viviente. Abro la ventana para dejar libre la fumarada de esperanza, pero desaparece antes de atravesar la prisión atmosférica.
Me quedo sin aire, y corro a mi encierro dentro de las cortinas de mi aislamiento. Ojeo uno que otro libro, descifrando las palabras que me permitan recobrar mi aliento. Mis pensamientos no me dejan pensar, y aunque no deseo salir me urge la necesidad de escapar. Ardo en fiebre y mi cuerpo no deja de temblar. Bebo un caliente café que dejo enfriar. Como un prisionero que sale de su calabozo, no reconozco afuera ni adentro y salgo de la celda con las ansias de regresar de nuevo. Enciendo un cigarro y me tomo un sorbo helado, me causa nauseas el sabor amargo de la soledad y el aislamiento. En cada bocanada disuelvo mis pensamientos, a pesar del frío mi sangre está hirviendo.