El tiempo acecha como una incandescente luz al fondo de las cosas. Todo se conforma de su materia, todo rige su regla decadente hacia el lecho de la maduración y lentamente al hecho de la muerte. Cómo puede ser que todo aquello que observamos se vea al final destruido por la constancia de lo invisible que acecha tras todos los conceptos en dónde ya erigimos la única comprensión posible de la realidad, una poesía inentendible que sólo quiere llenar el espacio indiferente del universo. Todo este vértigo que azota a la palma esperando el huracán, el deseo irresistible de ser arrancada de lo profundo de la tierra y el miedo dócil de su tronco, el profundo temple de sus ramas que teme por la moribunda conformación de su existencia tan pueril y efímera que aún se expone a la resistencia de su cuerpo a la libertad de la carne. ¿Pero quién es el capaz de arrancar el tiempo de mis manos? Tengo el movimiento del minutero entre los dedos y su irrealidad no podría venir más a cuento a esta conglomeración de abstracciones que es la habitación, tan llena de olvidos y recuerdos, formas indescifrables de la memoria. ¿Quién puede tomar el espejo y arrancarme las cicatrices llenas de arrugas y el paso de mi pupila por cada uno de los fantasmas que albergan en ellas? Veo la eternidad como una sílaba suspendida en el aire, tan evidente que nadie se atreve a pronunciar su conjuro. Parece que el ser perece ante una rosa que él mismo amputa sin darse cuenta pues sus cuencas en el horizonte están absortan en buscarla. ¿Quién va a rezar estos calendarios de extrañeza y datos que llenan años como daños entre manchas de soledad agazapada? Yo ansío el olvido y ardo en el deseo de su trance mientras habito la carne y lentamente deslizo el piso hacia su cama porque sólo tiene sentido morir, después de haber vivido sin trastornar los instantes.
Nosequién -MalosAires-