He olvidado mentir

“¿Están todos dentro?” Yo me he quedado por fuera de mi espectáculo.

...Deberíamos llorar al hombre que nace y no al hombre que muere...

               

He olvidado mentir; ya no pretendo escribir. No volveré a perturbar al silencio, con lo mucho que lo quiero ¡¡que lo voy a venir manchando de la sangre de mi lengua!! Que miente sin pudor ni pena, que lame las piedras, que extraña la entrepierna de ella. No volveré a aullar, a este perro le voy a poner bozal. Me voy a cortar la garganta, para que el corazón no tenga como hablar, para que el sentimiento no se pueda escapar. A la idea la voy a encarcelar, no quiero volver a pensar; confundo la realidad, no me interesa vivir más… ¿Acaso puedo callar? Me lo he prometido tantas veces, que ya no creo ni en mis silencios, que no confío ni en el espejo. Refreno las náuseas que me produce seguir existiendo. Veo pero no observo. Oigo pero no escucho. Huelo pero no olfateo. Pruebo pero no saboreo. Toco pero no palpo. Siento pero no percibo… ¿Acaso una piedra puede sentir dolor? Ya no necesito de mí alrededor, me sobra aire y agua, le voy a devolver los rayos de luz al sol. No necesito más que a mi YO, en eso radica mi egoísmo; en odiarme a mí mismo. En arremeter contra mi reflejo, duelo justo de caballeros; por la espalda me ataca y de frente a la eternidad, yo me defiendo poniendo el pecho con el corazón abierto. Como un perro rabioso, muerdo las piedras del jardín del edén. Quiero astillarme los dientes para no volver a masticar al tiempo; que no me deja ni recuerdos, que se lleva mis sueños, que sabe a vacío sin sentido, como arena en la boca, un chicle a todas horas. Ayuno y apatía: el deseo de no querer contaminar la nada ocupándola de esperanzas falsas. Con un gesto de memoria, cierro mis labios para escuchar los condenados en la horca de mi úvula. Fuerzo a las palabras, las exprimo para que me digan algo, para que se apiaden de mi estado. Necesito decir algo, algo que entienda y note su existencia. Algo que pueda decir al levantarme y al acostarme, algo con lo que pueda consolarme. No importa si es un monosílabo sollozando, me basta con encontrar la próxima palabra que continúe el renglón, alguna con la que se pueda expresar mi corazón.

 

¿No me entiendes? -Tampoco yo. Nunca fue fácil entender a Dios ¿Acaso moriremos en la incomprensión? ¿Jamás vamos a entender al amor? No me puedo consolar con las palabras, cuesta trabajo callar los gritos que no me dejan escuchar al silencio; que TODO lo dice y lo oye, que no tiene nombre, una eternidad sin principio ni fin. Una espalda a la vida que contagia a la muerte de recuerdos: Que son como sal, que no alimentan pero que saben a pan ¿se puede sobrevivir del recuerdo? La mentira del pensamiento, el placebo del presente para recuperar el tiempo atrás -lo que ya se va, lo que ya no está-. Pero… ¡NADA se oye!... Nada se puede escuchar, el silencio es una quimera en el reino de la inexistencia. Vivo con la necesidad de no creer en mi existencia. De saberme en el NO-SER, aunque nunca entendí a que me refería con “ser”. Como un niño que aúlla a la luna desde su cuna, me pregunto sin respuesta alguna. ¿Tengo la culpa? De anhelar, con la necesidad innata de respirar. Deseo más de lo que cabe en mi cuerpo, mi alma se desborda por los poros de mi carne y mis huesos, muero tan despacio como el humo se evapora al exhalar, inhalo sin poder respirar. La voz inmortalizada en la palabra es un síntoma de mi NADA. Aun el más mínimo sonido que produce mi corazón, engaña creyéndome vivo, pero no hay fuerza para cargar mi propio nombre, pero no hay ganas de caminar sobre mis huellas. ¿Y qué? Ninguna fuerza para esperar a que termine esta espera.

Semejante a un fantasma mi alma divaga por las calles solitarias, en la cima de la desesperanza me postro a mirar más allá de la montaña, la niñez que nunca tuve ni tendré, porque el tiempo no me pasa, yo paso por el tiempo, que no se molesta en parar a saludar, que nunca mira para atrás. El sueño siempre una necesidad de la cual se busca nunca despertar, cansado me hundo en las sabanas derrotado por el cuerpo, fatigado por mis lamentos.

 

Si escucharan mi verdadera voz, les sangrarían los oídos. He soñado con ser sordomudo, así no tendría que hablar ni escuchar a nadie. Pensarían: "que miserable hombre" se hartarían de mi silencio y poco a poco dejaría de existir para ellos. Bienvenido a mi cirque, al acto sin actos, no tiene asientos y a todos nos toca parados. “¿Están todos dentro?” Yo me he quedado por fuera de mi espectáculo. No sé realmente con qué finalidad lo escribo, pero necesito que alguien sepa de mi perpetua condena. Unos ojos que me contemplen sin el peso abrumador de los juicios de valor, una sonrisa que defienda la felicidad de la obligación de ser feliz. Salgo a pasear sin perro que me acompañe que ya no ladra ni olfatea traseros. Aún se escucha el maullido de una gata en celo, a punto de saltar del balcón de la desesperación. Soy un pájaro sin alas, que no silba pero solloza al cielo, que le ha negado vivir en su inmensidad, condenado al suelo me arrastro desde abajo como un caracol que trae en su concha a dios.

He soltado las cadenas que sujetaba con fuerza, pero aún queda un hilo inquebrantable con mi YO, que se aferra a los pelos de mi entrepierna, que me sujeta de la cabeza. Sea cual sea la respuesta, puedo decir que “nunca he pedido estar aquí y aún estando aquí, solo pienso en cómo salir, sin hacer ruido… Sin que se note mi ausencia, como si nunca hubiera estado. Y de esta manera, sentir la ilusión de no haber existido”. De no haber mentido. Mis fantasías nunca se habían encontrado tan lejos de la realidad, me es ajena la existencia entera, mi silueta se abstrae por el filtro de la materia. A veces nacer y a vece ganas de acabar con TODO, me la paso observando al sol naciendo por el mismo hemisferio opuesto en el que se suicida al caer la noche. Una rata agoniza en el andén con las tripas esparcidas por la acera, la sangre colorea de matices intensos el gris de la carretera. Las ratas tienen el mismo destino de la humanidad, una plaga que se expande por las calles cósmicas esquivando la fatalidad de la naturaleza, que no conoce la piedad e indiferente de un bocado todo se lo ha de tragar. Como una rosa de ceniza entre mi boca, el humo exorciza las palabras nunca dichas, víctimas del crimen del sentido, de una soledad que han de olvidar cuando el viento me lleve a la eternidad.

 

Afuera hace ruido y la lluvia es el llanto de un eterno quejido, deberíamos llorar al hombre que nace y no al hombre que muere. La vida se crea en el delirio y se deshace en el hastío. Aún repito tu nombre como una grabación que se repite en el infinito ¿Y si fuiste el sueño del lenguaje para pronunciar lo innombrable? Y si no existes más que en mi vocablo, de un analfabeta que no sabe más de cuatro letras y repite con insistencia: AMOR, AMOR, AMOR, como si al expresarlo valiera su presencia, como si fuera más que una fantasía ingenua. Pero si no fuiste más que el poema de un miserable poeta, que carecía de creatividad para expresar la mentira que nos hace verdad, en la realidad que nos es tan irreal. No tengo fuerzas para pronunciar, el verbo se ha de cansar de respirar. “Tanta soledad que hasta las palabras se suicidan” que mi lengua he de arrancar, te la voy a regalar para que solo tú la puedas besar. Solo conozco el sabor de tu saliva, único líquido de vida que sacia mi sed de muerte. He de beber del pantano de los recuerdos que me tienen con los labios secos. Ahora que has cocido mi boca, te entrego esta lengua rota. Si ha de salivar es porque aún deseo husmear más allá de tu garganta.

 

Pero descuida que ya no podrá cantar la pena que me has dejado al marchar lejos de esta soledad… Ya no se escucha ni el silencio…

https://youtu.be/iQA_vF94qWw?t=40m28s

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