Del género.

Algo que se agita detrás de la noche. El llanto de este acogido y distante espacio en el que las letras golpean desangradas por las formas del ahora… aún el incesante deshecho de los espejos que se adueña de la anotación de mis palabras asombrando el temor que hay tras mis pupilas; algo de frágil en cada atisbo del gruñir del lobo hambriento en el centro de mi pecho. Algo que respira cerca de mi mano suspirando por no dejar lo inconcluso de todas estas mujeres que me rodean como al acecho. Escucho mi silencio y la virilidad inconforme por su rigidez impertérrita pide el grito que libere la anotación de otras estrellas que conozcan la fuerza que hay en los abrazos de la pasión.

Algo que se pregunta en el espejo por su inconformidad perpetua ante la ilusión de la personalidad. La aridez de este terreno que han dicho preparar para el encuentro, pero no es más que la consolación dolorosa del poder… este continuo sonido que golpea entre el yo que erige sus infinitos matices y la palabra Yo que trata a su vez de representarlo como algo inteligible para los confines de la razón. La ensoñación de la noche que también erige el grito desnudo de todos estos habitáculos por donde se pasean los secretos. El grito del espasmo, un vientre acicalado por la ventana roja de una boca que se abre inmensa, la forma de mi dedo buscando el fraseo del descenso en el perplejo conocer de tu clavícula. Mi nombre se erige ante el espectáculo de estas mujeres que me persiguen, ¿quién soy bajo todos estos espectros sin género que hoy besan mis más perentorios mareos de éxtasis? La insinuación constante de la realidad que irrumpe en la biología sesgando de un lado y de otro. Alguna voz de arcanos momentos que busca de manera elemental posicionar la dualidad fuera de sí sin abocar al deseo que socava sus más hondos placeres. El silencio que naufraga como balsa en el mar en el ademán de una mano que pregunta sin dudar al misterio de unas bragas que se lamentan y sin más sueltan el son de la ebriedad. Veo el manto que se posa sobre mi espalda, la irreconocible cruz que alberga en todos el dogma de una desnudez golpeada por su pudor, el pudor que acecha en todos bajo la horma de la vergüenza, la vergüenza implícita sobre una belleza que trata de todos los modos posibles de liberarse de sus cadenas módicas, serenas y santurronas, la belleza y ese desdén quiropráctico que la conforma como una constante que irradia sólo su halo sobre el esplendor de los jardines y no bajo la estentórea dicha que pugna en lo más profundo de nuestros basurales, la insignificante tentación de marginación que amedrenta a lo más profundo de estos estandartes bajo los que hoy erigimos los conceptos. Esta lengua que calla porque teme la respuesta de su propio eco golpeando las palabras que han puesto en lo profundo de sus cuentos. Las cuencas que tratan de vaciarse hasta ver lo infinito que las alberga bajo este deseo en el que me hundo… Desliza una mano puntiaguda en la hoja blanca del pecho, el secreto que cuentan a los oídos las musas en el arte del amor, mi mano anudando tus ejes, tu mano tomando mis tiempos, mi beso tocando tu vientre, Vi-entre tus piernas mi paso, y presente a mis labios tu barba caliente.

 

 

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