Hoy te salí a buscar. Y me perdí

Hoy te salí a buscar, me atormentaba la idea que desvariaras como una fugitiva sin rumbo, ausente de mí y decidieras morir, MORIR antes que pienses en mí. Salte a la calle con la ilusión de encontrarte, busque en los rincones bifurcados de mi corazón que me condujeron a otro rincón donde me estrello contigo, pero nos separa una barrera de vacío; inmenso abismo. Aunque me rehusó a reconocer algún sentido, tú eres mi luz, tú eres mi camino. Desorientado al no encontrarte camino con el paso errante, siendo testigo de la noche, cuyo humo azul del cigarrillo me abriga en las heladas calles. Medito, quizás y solo existas en mi cabeza, ¿pero acaso que existe afuera? PERDIDO, en el desierto árido invernal, que me quema de frío. ¡Necesito un refugio! Y solo encuentro el recuerdo de tu cálida matriz, donde huyó y me oculto del peso de los juicios. Los otros me dicen que no existes, que ya paso, que ya murió, que lo único inmutable es que TODO pasa. El parásito recuerdo impide el devenir del tiempo, se me agota la imaginación por el peso de esta cruda realidad que me es tan irreal como el sonido de tus gemidos. Solo de una mente enferma pudo haber gestado este mundo malparido, donde Dios se esconde detrás del dolor y yo me he vuelto adicto, al placer de ver un microgramo de la divinidad en mis delirios animales, de dos cuerpos asesinándose debajo de las sabanas ensangrentadas que se bañan en lágrimas sagradas.

Me arrojo afuera por la ventana del altillo con la esperanza que al caer encuentre la muerte que huele a tu perfume favorito. NO lo consigo. Y me sigue doliendo el estar vivo. Por inercia camino, pero siento que no avanzo en un mundo redondo donde he perdido el atrás y el delante. Como una sombra criminal me persigue tu recuerdo que se pierde en el olvido. ¡Reniego! Me quejo. No te quiero olvidar, aunque ya no te posas en mis pestañas con cálido sueño, aunque la indiferencia de tus sentidos me haya desaparecido y ya no registre en tus odios clandestinos. ¡Me duele! ¡Me duele! ¡Me duele! Que las nubes grises del cielo atómico te hubieran hecho huir de la cueva oscura de mi corazón. Me estrello con la gente, uno que otro dice conocerme, me recuerdan de otro tiempo donde la felicidad se me desbordaba por los poros causándome un grave salpullido. Dicen que ya no soy el mismo, que ahora hasta el sonido de mi respiración, parece el chillido de un recién nacido que protesta el destierro de aquel útero divino.

Me siento obligado a buscarte, no por exigencias de la carne, verás, no se me para ni con el filo de los labios de una amante. Soy mediocre, común, vulgar, regular, tan parecido a mis prójimos que también me cuelgan dos protuberantes huevos, donde se aloja la sustancia putrefacta que se fermenta del ambicioso deseo de comerte el sexo, de hacerte mía, de cortarte de raíz del jardín babilónico, donde me he infiltrado para observarte con obsesión obscena, y asomar mi falo como un espía, para saber de qué estás hecha, para clonarte en mi laboratorio experimental, donde se alojan los monstruos de mi soledad. ¡Pero eres única! Y es lo que más me atormenta. Me frustra el capricho de tu culo reposando en mi regazo. Me invade una helada genital, en la cual mi amor se escurre por mi miembro viril, que llora y se lamenta de esta insondable desolación, que solo se compara con la soledad de Dios. 

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